Muchas veces quise golpearte, hasta tres veces me levanté para cerciorarme de que realmente existías, de que no eras un fantasma, de que enfrente mío todo el amor, mi amor, cariño, se había transformado en un puro y duro obstáculo, frío y ausente. Ausente. Que me impedía continuar mi camino. Mi camino. Pensé en que estaba confundida, en que no pasaba nada, que todo era normal. Normal. Pero no. Sabía que no. NO se trataba de eso. Hubiera sido más fácil, mucho más fácil, aceptar que estaba loca que aquella terrible barrera en que te habías convertido. El cuerpo me dolía. La mente me ardía. ¿No os arde también la mente? Es el frío que quema por dentro. Dentro. Dentro.
viernes, 14 de mayo de 2010
Frío y ausente
Muchas veces quise golpearte, te habría golpeado, ¿llegué a golpearte?, para ver si había algo o alguien dentro. Le habría golpeado. Medio aturdida estiraba la mano y tocaba algo frío. Por la noche, entre las sabanas, por el día, al despertar, mientras tomabas el desayuno sin apenas mirarme a los ojos. ¿En qué pensabas? Era algo frío y áspero. Eras algo frío y áspero. Una resistencia a mis caricias, una pared, una ventana gélida. ¿Dónde estaba el fuego? ¿Cómo podía seguir funcionando ese cuerpo que deseaba, si de él no emanaba ningún calor? No le hacía falta, había aprendido a funcionar sin calor, de forma automática, masticando el aire. A mi sí me hacía falta, y como el aire, pero no para masticarlo, sino para sentirme viva.
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