miércoles, 8 de enero de 2014

lunes, 25 de noviembre de 2013

El mago del tráfico

Quiero contaros una leyenda urbana, una más, de las muchas que tienen que ver con coches y carreteras. ¿Pasa algo malo? Difícil de decir. En la mayoría sí, en esta... en esta la cuestión es que no está claro, no, no está claro si está bien o mal. Tendréis que escuchar. Escuchar y decidir. De vosotros depende. Estoy al volante. Estáis al volante mirando al frente. Una noche cualquiera. Tenéis un humor pésimo porque el día ha ido fatal. Ha sido horrible. Horrible. Al salir de la curva, un agente hace parar a los coches. Lleva el típico chaleco reflectante. No es amarillo. No. Parece más bien una luz violeta parpadeante. ¿Y qué? ¿Y qué más da? Habrán cambiado el uniforme. Lo único que me importa es llegar a casa. Lo único que os importa, lo sé, es llegar a casa. Cuanto antes. Cuanto antes mejor. Y que se acabe el día. Este día horrible. El agente indica con amabilidad un desvío. Un desvío que nunca antes habíais tomado. Le preguntáis si no podéis seguir recto. No. Hay que tomar el desvío. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? No importa. Hay que tomar el desvío. Os indica con la mano el camino a seguir. Una mano que parece tan violeta como el chaleco. Es de noche. Todo se confunde. Sólo quieres llegar a casa. Lo sé. Él también lo sabe. Sabe que ha sido un día horrible y que sólo, sólo quieres que acabe. Que acabe. Ya. Tomas un camino que nunca habías tomado. Difícil de describir. De una belleza sobrenatural. No sabes cómo. La verdad es que no sabes cómo, pero te empiezas a olvidar de todo. A cada curva es cómo si el día quedará un poco más atrás. Más atrás. Y la noche fuera una promesa. Una promesa de felicidad. Nada importa. El día horrible deja de importar. Importa tan poco que desaparece. Te olvidas de todo. Eres, sí, parece que eres feliz. Feliz. Ahora eres feliz. No te lo crees. Eres feliz aunque no te lo creas. Tan feliz que te olvidas de conducir. Sacas las manos del volante. Nada importa. Ahora no. Ni tan sólo conducir. Sigues recto en lugar de tomar la curva. Recto. No te importa. No os importa. Sois felices. Más felices de lo que habéis sido nunca. Nunca. El coche rompe la protección. Se precipita al vacío. No importa. No te asustas. No tienes miedo. No. Mueres feliz. Muy feliz. Cayendo al vacío. Estáis felices, radiantes. Radiantes mientras os precipitáis al vacío. Una sonrisa de felicidad se dibuja en vuestra cara violeta. Cayendo. Violeta. La pregunta sería: ¿es esta una historia triste o alegre? ¿Y dónde está la magia exactamente? ¿Dónde? ¿En una muerte alegre? ¿Qué es lo mágico? ¿Vivir feliz o morir feliz? O, ¿qué es mejor? ¿Vivir triste o morir feliz? ¿Es preferible una felicidad mortal antes que una triste vida? El mago del tráfico sabe algo de eso. Estoy segura. Podéis estar seguros. Ahí. Ahí sentados al volante. Antes de tomar la curva. Ahí. Ahí tendréis que decidir. Decidir. Decidid. Ya.

domingo, 24 de noviembre de 2013

viernes, 4 de octubre de 2013

El miedo ante el espejo

Una especie de almacén en penumbra. Un almacén como el de las películas, con poca iluminación,  y vigas de madera. Hay demasiado silencio, demasiado para ser real. Me rodea un círculo de personas, algunas conocidas, otras no. Calladas. Estoy en medio. Creo que me miran. Desde las sombras me miran. Cruje la madera del techo. No, es el suelo. Es el suelo. Alguien se separa del grupo y se acerca. Y sí, lo habéis adivinado, estoy soñando. Un sueño más. Espero que no sea una pesadilla. Otra más. Digo que se acerca. Lo oigo acercarse. Hasta que se sitúa frente a mí. No lo reconozco. Y no sé, no sé si me reconoce. Lleva la cabeza cubierta con una capucha. No dice nada. No le veo mirarme pero me mira. Seguro. Seguro que me mira. No habla. Pero lo oigo. Amenaza con hacerme desaparecer. Nadie volverá a verme. Yo tampoco. Nunca. No volveré a verme nunca más. Ni en los espejos. Estarás muerta para todos. Dice sin hablar que vivirá para verme muerta. Él, ella, qué importa, lo dice. Viviré para verte muerta. Estoy desnuda. Ahora estoy desnuda. Debería temblar. No tiemblo. No temblaré. Saben que no temblaré. No muestro debilidad. Desnuda. Sin debilidad. Fuerte. Con fortaleza. No tiemblo. Me miran. Miro a quien me mira sin mirarme. Respondo a lo que ha dicho sin decirlo: "Podrás hacer muchas cosas, podrás probar todo tipo de cosas; podrás acostarte cada día con una persona diferente, con varias personas si lo prefieres, consumir todo tipo de drogas, beber hasta la ebriedad. Tú, podrás, podrás porque estás vivo. Aunque quieras morir. Morir. El tiempo pasará. No tendrás nada. Y yo, que estoy muerta, lo tendré todo". Despierta. Ahora despierta. Me despierto. No sé si lo tengo todo o no tengo nada. Si estoy viva o muerta. Y lo que es más angustioso, no sé lo que sería mejor. No lo sé, en serio.  Me acerco al espejo sin saber si podré verme, si esta será la última vez que podré verme o la primera en la que no me veré. Ahora levanto la cabeza. Desnuda. Viva o muerta. No sé lo que veré. No tiemblo. El espejo frente a mí. Me espera.

lunes, 31 de diciembre de 2012

La silla de las arañas

A mucha gente le dan verdadero pánico los insectos. Ya lo sé. Es una fobia común. Será porque lo desconocido nos asusta. O lo pequeño. O lo que no comprendemos. Ellos se lo pierden. Hay mundos microscópicos por todas partes. Y sus habitantes. Sus peculiares habitantes ajenos a nuestro mundo. No puedo evitar mirarlos. Mirar qué hacen y las cosas increíbles que hacen, cómo se mueven. ¿No os habéis preguntado nunca qué o quién dirige sus extraños movimientos? Se paran. Habrá algún motivo. Siguen adelante. Dan rodeos. Es que los insectos, esos pequeños sabios, odian la línea recta. Sí. Nada de ir en línea recta. Son unos apasionados del zig-zag. Pasión por las curvas. Todo esto venía a cuento de una silla. Tengo una silla de madera de las de antes, como las de nuestras abuelas. En el balcón. La tengo en el balcón. Por algún extraño motivo una araña decidió tejer su tela en ella. Le pareció un buen lugar. No me atreví a sacar la telaraña. La estaría echando de casa,. De su hogar. Del lugar que eligió. Así que se quedó. Y con ella vinieron más amigas suyas. Más arañas. Muy pequeñitas. Las visitas no entendían nada y siguen sin entenderlo. Es imposible sentarse en esa silla. Está llena de telarañas. Creen que estoy loca. Me dicen con cariño: "Estás loca". Quizá sea verdad. Pero hay muy pocas personas, muy pocas que hayan contribuido a crear un microuniverso. Que creen mundos. Mundos habitados. Sonrío. Soy una pequeña diosa. La diosa de la silla de las arañas. Venid y ved a mis criaturas. La silla es su mundo. No. No necesitan nada más. Tejen su tela en honor a su diosa desconocida. Venid y ved. Es asombroso. Es la vida. Es vida.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Ni en sueños...

Me acerco lentamente. Muy lentamente. Como en un anuncio. Parece un anuncio. Le miro a los ojos. Es un chico de pelo negro. Me sigo acercando. Hasta que noto su respiración. Respira. Respiro. NO es un sueño. Hasta que nos besamos. Dulcemente. Una eternidad. SÍ es un sueño. Estoy despierta. Al día siguiente. La noche siguiente. Cualquier noche. Miro a otro chico similar en un andén. Se parece tanto que parece el mismo. ¿Es él? ¿Es el chico con el que soñé? Me acerco lentamente. Muy lentamente. Le saludo. Con una sonrisa. Sonríe. Le explico. Perdona. Es que ayer soñé con una persona casi idéntica. Os parecéis mucho. Soñé con alguien muy parecido al que besaba. Me gustaría conocerlo. NO es un sueño. Sois realmente iguales. Me gustaría conocerlo. Me gustaría conocerte. Besarte. Me gustaría besarte. Sí. Besarte dulcemente. Me acerco lentamente. Muy lentamente. No noto su respiración. Respiro. No respira. SÍ era un sueño. Ahora estoy despierta al borde de la cama. Y no parece un anuncio.

viernes, 16 de noviembre de 2012

miércoles, 31 de octubre de 2012

La sin hueso

No sé si lo he contado nunca. No. Creo que no. Me gusta mucho la sabiduría popular. Es una de mis aficiones. Lo que queda de ella. Esa forma de hablar de la gente inconfundible. Que da un aire muy especial a las conversaciones. Es un gusto a veces escuchar cómo hablan. A veces. Y cada vez hablan menos. Hablan menos y escriben más. Creen que escriben. Lo que decía. Darle a la lengua o irse de la lengua son, ¿o quizá mejor eran?, expresiones muy sabrosas, populares, casi, casi, de otros tiempos. Cuando la gente vivía en la calle, salía en la calle, se sentaba frente a los portales y, por supuesto, hablaba, hablaba mucho. De todo y de nada. Pero hablaba. Y cara a cara. Viendo el rostro de su interlocutor. Todo esto. Todo. Más bien nos da miedo ahora. Parece una cosa del pasado. Es por eso que me hizo tanta gracia la expresión que utilizó una señora a escasos metros. Cerquita. Para hablar del hablar. Y del hablar por hablar. Porque sí. El darle a la lengua. Era muy graciosa. Lo convirtió en darle a la sin hueso. Genial. ¡Qué ocurrente! Aquí estamos dándole a la sin hueso. Estas fueron sus palabras. Me encanta. Algo de pueblo todavía queda. Todavía. Todavía el ciudadano no se ha comido a lo popular. Al pueblo llano. Porque no hay otro. Nosotros sí que no tenemos hueso. Ni carne. Ni nada. Se nos ha comido la lengua el gato.